martes, 26 de abril de 2016

Invocación

“Yo solía mirar el cielo/como un techo/no como una ventana/yo solía correr en rondas/como lo hacen los perros/porque no tienen alas…”

La melodía envuelve como una suave y sutil brisa tibia, más cálida que fresca, más tangible que invisible, que se cuela y flota exactamente a medio milímetro de distancia de la piel. Como serpiente rondando a la presa, poco a poco rodea el cuerpo, saliendo de los oídos y enredando la cabeza, los hombros, los brazos, el pecho, las piernas, hasta anudarte los pies y tumbarte sin remedio al pavimento del abandono, de ese abandono en donde te dejas todo para unirte al todo.

-Yo solía ponerme límites, hasta que el límite de tus ojos me sorprendió en la penumbra. Hasta que me descubrí invocando “tu dulce llama” para alumbrar los fríos senderos de mis memorias. Hasta abarcar con tus brazos el desollado resquicio de cuerpo que me quedaba. Yo solía no ser y, así, insulsamente, existir. Hasta que una dulce oración con tu nombre te trajo aquí, mientras la vibración de una cuerda me mantiene en tensión constante, equilibrándome, aguardando lo más que puedo el presente para que no te conviertas en pasado.-

¿Qué se puede decir de una canción? Hablar de la técnica musical es digno de ingenieros de sonido o de estudiosos de conservatorios. Hablar de las letras y mensajes puede traer connotaciones filosóficas, moralistas, románticas o superficiales. Pero contar sobre lo que se siente al escucharla, eso es lo importante, lo realmente trascendente. Y me siento limitada en ese aspecto porque cada que vuelvo a escuchar, vuelvo a sentir, siento algo más y luego algo más y después algo más. Tras los primeros acordes me sigo engañando y espero escuchar una delgada voz, suave y delicada, hablando de flores y nubes rosas, en cambio entra una voz grave y fuerte, cóncava, que rodea una exuberante “O” en sus 360 grados, exhalando un aire que sale directo del estómago sin pasar por la garganta mientras dice que el cielo era un techo y comienza una historia de elementos arquitectónicos residenciales y una lista bestial y quimérica.

No, no puedo reseñar sin dejar de lado mis connotaciones personales, mis referencias ancestrales. Pero puedo describir el erizo que se vuelve el tímpano, el martillo o el yunque de mi oído: se hace ovillito y se deja mecer sobre su propio espinazo peludo, espinoso, sonando como la maquinita del organillero de esos pueblos que no conozco porque me quedan muy lejos. Y entonces, resurge la voz, la llamarada oleosa, ventisca polvorienta y agrietada. Y me quedo esperando más mientras dos acordes finales se despiden.

“Camino por sendas oscuras/destrozando mi cuerpo/olvidándome el alma…”

Y ahora que terminó por enésima vez, por enésimo día, ¿qué decir? ¿Que es un sencillo de Christopher Pacheco que se estrenará el 30? No puedo ser más falsa, pues yo ya lo estrené. ¿Qué es una rola nueva, original creación de este poeta guerrerense que une acordes, poesía y pieles en cada melodía? Pues creo que ya quedó bien dicho. ¿Algo más? ¡Ah, sí! degústenla, tantas veces como yo, y me quedo corta.

“… se tornan ciegos mis pasos/y te busco en las horas tan frías/implorando el abrigo/que yo encuentro en tus brazos.”

No es un ruego de amor común y corriente, no es una balada romanticona ni un llanto de desamor desenfrenado. Es una invocación, una especie de rito espiritual, una oración, un mantra con flautín y gracia, con merengue de limón tostado y algo de bruma mañanera.


Voy por más, permítanme…


(Christopher Pacheco es poeta y músico guerrerense, pueden visitar su fanpage https://www.facebook.com/ToperPacheco/ y estar al pendiente del lanzamiento de su rola Invocación el 30 de este mes en todas las plataformas musicales. Yo lo escucho, lo conozco, lo leo y lo recomiendo.)

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