martes, 10 de junio de 2008

sangrando miel

vaciando la miel del obelisco estaba una abeja intacta, pura y nueva. yo trataba de mantenerme entre los aranceles de la lista y no encontraba cómo llegar a mis precios totales y definitivos. me desprendía los sesos tratando de trabajar como autómata, pero la abeja llamaba mi atención y la posaba en ella. yo buscándola me dejaba llevar. allí estaba mi concentración, en los largos pistilos del obelisco y la abeja purísima y amarilla que se llenaba de mieles sin saberlo siquiera. inocencia pura.

el obelisco fue un regalo de flores rojas, pero resultaron amarillas, más agradable aún en este sitio desértico. el patio contaba con varios especimenes de plantas, pero ninguna como ella. las abejas no se habían posado antes en mi jardín, hasta que el obelisco hizo su aparición.

los aranceles de pronto me asaltaban y carcomían y yo luchaba por prestarles atención. pero era estúpido intentarlo siquiera, pues sólo gastaba inútilmente el tiempo ya que no me concentraba en ellos a la vez que me perdía de preciosos instantes entre la abeja y el obelisco.

perdí un momento la atención porque recibí una llamada en donde me apresuraban con la lista de costos necesarios para el cobro de los servicios especializados, y me enfrasqué por unos minutos en las hojas hostigosas de números y más números.

después de unos minutos escuché un zumbido, un sonido de esos que hacen las cosas al cruzar el aire rápidamente, como cuando rompes algo con un palo y lo giras desde atrás de tu cuerpo hacia delante, ese rasgado del aire que se escucha letal. y voltee. abeja y flor tirados en el suelo, despedazados. trozos de pétalos por aquí y allá, alas de abeja separadas del cuerpo, ponzoña abandonada junto a los pistilos. y a unos pasos, caminando muy campechanamente, mi vecina. esa muchacha amargada que me detesta por razones que sólo ella conoce. yo no atiné a decir palabra, me quedé muda, y ella siguió contoneándose como arpía satisfecha, relamiendo sus instintos asesinos con la lengua de víbora alrededor de sus fauces. yo sorprendida, aterrorizada, tristemente miraba lo que antes llamaba mi atención y me alegraba la mañana.

fresca y florecida mañana deshecha, sangrando miel estaba ahora.

3 comentarios:

Stephen Gordon dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dinora dijo...

Que amargetas tu vecina.. ¿que le hacía la pobre abeja? existir? jajaja

Saludos ;)

Anónimo dijo...

Te extraño, por alguna extraña razón y aun a sabiendas de el tiempo que paso...